Juan Montalvo- Ojeada sobre América
Cartago no puede sufrir a Roma ni Roma a Cartago; los moros acaban con los españoles, los españoles con los moros; los turcos detestan a los francos, los francos abominan a los turcos, y una guerra eterna está librada entre las razas y religiones diferentes. ¿Qué digo? Los pueblos más civilizados, aquéllos cuya inteligencia se ha encumbrado hasta el mismo cielo y cuyas prácticas caminan a un paso con la moral, no renuncian a la guerra: sus pechos están ardiendo siempre, su corazón celoso salta con ímpetus de exterminación. Europa no es estéril, como se diría exageradamente, por motivo de la sangre y los huesos humanos que la fecundizan y devuelven su vigor perdido: todo es campo de batalla, todo pirámides de cráneos, todo inscripciones a las víctimas de los reyes y de las revoluciones. Morat y Waterloo, Rocroy y Marengo, las Navas de Tolosa y la Rochela se encuentran por donde el viajero lleve sus pasos. ¿cuántos millares de hombres no han muerto en la Crimea? ¿Cuántos millares de hombres no han muerto en Solferino? ¿Y cuántos tienen que morir, oh Dios, en los campos que el demonio tiene previstos para sus festines? Y aquí, en este Nuevo Continente, en este virgen mundo están pasando los acontecimientos más terribles que nunca vio la tierra.
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